El portal
Era la época de 1825, Marina una
niña de catorce años estaba pronta a cumplir sus quince primaveras y como toda
chica estaba emocionada e ilusionada por su fiesta. A escasas semanas del gran
día, comenzó a repartir las invitaciones a sus amigos y por supuesto al chico
que tenía cautivado su corazón. Ansiaba bailar con él, ya que ella provenía de
una familia de ricos y dentro de la misma, todas las mujeres por tradición
están obligadas a bailar junto con el chico del que estén enamoradas. Como
parte de la tradición, también deberían aprender a bailar ya que el vals lo
escogería el tatarabuelo que por más de
sesenta años ha escogido el tema de varias chicas de su familia. La familia
Blair.
Los días pasaban y Marina estaba
más emocionada. El tema que a ella le tocaría, sería espejos, eso quiere decir que pronto debía ensayar o el sueño
profético que sufría sobre quedar en ridículo frente a su familia se cumpliría
y como toda chica a esa edad quería que todo fuera perfecto. Una noche
indeleble. Su familia entera estaba preparando pasajes, pasaportes y visas para
ir a aquel evento, lo cual le causaba más ansiedad y estrés a la chica, pero
eso no le impedía seguir con lo suyo. Un día, su madre, le dijo que irían al
salón familiar donde solo los miembros Blair pueden celebrar eventos
importantes. La felicidad en ella era muy grande por ser su primera vez en
aquel lugar.
Los ensayos comenzaron y Antonio uno
de los bailarines tuvo que ceder a ayudarla ya que sentía que dentro de aquel
lugar algo lo observaba y noches anteriores juró haber visto un anciano que lo
observaba a lo lejos junto a un espejo enorme que tienen pegado a una de las
paredes del lugar, más o menos aquella persona medía dos metros, iba vestido de
esmoquin negro, playera blanca y pantalón negro. Por lo cual se tuvo que
retirar temprano del ensayo aquella tarde. Como Marina era una chica valiente,
omitió aquello y siguió con lo suyo. Aquella noche, se quedó completamente sola
en el salón para practicar su baile, sólo unas luces iluminaban el centro de la
pista de baile y comenzó su rutina. Escasos pasaron los minutos para que entre
giros y movimientos vertiginosos, comenzara a ver que una serie de espejos la
rodeaban, podía ver su reflejo en ellos, ella no podía dejar de bailar, era
como si sus pies cobraran vida y se movieran por si solos. Pasaron otros
minutos más y los espejos que la rodeaban al principio, había desaparecido.
Ella logró controlar sus movimientos y salió huyendo del lugar. Cansancio, fue
la única solución que le pudo dar a aquel suceso. A escasos días del evento,
volvió a quedarse sola a ensayar, esta vez fue aún más aterrador, ya que volvió
a ser rodeada por los espejos, pero esta vez mientras bailaba, escuchaba
gritos, gritos de angustia y sufrimiento, estos provenían de los mismos. Horrorizada
ante aquel hecho, corrió hacia la salida pero para su mala suerte, las luces se
apagaron dejándola en una fría y lúgubre oscuridad. A lo lejos, vio lo que
Antonio le dijo, un anciano de dos metros y este no tenía rostro. Una carcajada
fuerte y aterradora la cual la motivó a jalar de la perilla de la puerta de
manera violenta, por milagro esta se abrió y corrió a casa. Le contó todo a su
madre, pero no le creyó. Ella en
definitivo, no quería volver allá. Temía por su vida.
El gran día había llegado y la
chica lucía pálida, triste y temerosa. Su madre la alentaba para festejar su
gran día y entre tanta palabrería, se animó a ir. Todos la esperaban en el
salón. El momento del vals había llegado y el chico de sus sueños estrechaba su
mano para bailar. Ella sólo lo miraba feliz, el brillo en los ojos del chico la
tenía cautivada y el mostrando una sonrisa de diente a diente, le dijo con un
hilo de voz que finalmente podía su alma descansar. La chica ante aquello,
cambió completamente su rostro. La felicidad que había antes, se marchó para no
volver más. Sus bailarines tomaron un espejo cada uno y la comenzaron a rodear
mientras Marina y Luc, su enamorado, bailaban. Aún impactada sobre lo que Luc
dijo anteriormente, comenzó a tener una serie de recuerdos. Recuerdos que ella
no recordaba o parecían haber estado bloqueados. Lo que finalmente la hizo
recordar, fue que por alguna razón, ella no se reflejaba en ellos, sólo su
compañero bailaba por si sólo. Lágrimas comenzaron a brotar de su rostro cuando
finalmente recordó todo. Marina Blair de catorce años, a escasos días de su
cumpleaños número quince, había fallecido de leucemia un 25 de abril. Aquel
baile entre espejos, era el ritual para qué llegará al cielo, ya que su
tatarabuelo era el único que sabía que su alma permanecía en el salón familiar
que, por muchísimos años permaneció cerrado, ya que decían haberla visto bailar
por las noches. La escuela de Marina era distinta, ya que ella tenía el Don de
ver entes o espíritus. Lo único que faltaba para que su alma descansara, sería
llevar a cabo la fiesta que nunca se pudo cumplir. Finalmente entre lágrimas y
aplausos de los invitados a su celebración, una luz blanca apareció en la pista,
iluminando a la joven quinceañera que por fin podría descansar en paz.