sábado, 13 de abril de 2019


El portal 

Era la época de 1825, Marina una niña de catorce años estaba pronta a cumplir sus quince primaveras y como toda chica estaba emocionada e ilusionada por su fiesta. A escasas semanas del gran día, comenzó a repartir las invitaciones a sus amigos y por supuesto al chico que tenía cautivado su corazón. Ansiaba bailar con él, ya que ella provenía de una familia de ricos y dentro de la misma, todas las mujeres por tradición están obligadas a bailar junto con el chico del que estén enamoradas. Como parte de la tradición, también deberían aprender a bailar ya que el vals lo escogería el tatarabuelo  que por más de sesenta años ha escogido el tema de varias chicas de su familia. La familia Blair.

Los días pasaban y Marina estaba más emocionada. El tema que a ella le tocaría, sería espejos, eso quiere decir que pronto debía ensayar o el sueño profético que sufría sobre quedar en ridículo frente a su familia se cumpliría y como toda chica a esa edad quería que todo fuera perfecto. Una noche indeleble. Su familia entera estaba preparando pasajes, pasaportes y visas para ir a aquel evento, lo cual le causaba más ansiedad y estrés a la chica, pero eso no le impedía seguir con lo suyo. Un día, su madre, le dijo que irían al salón familiar donde solo los miembros Blair pueden celebrar eventos importantes. La felicidad en ella era muy grande por ser su primera vez en aquel lugar.

Los ensayos comenzaron y Antonio uno de los bailarines tuvo que ceder a ayudarla ya que sentía que dentro de aquel lugar algo lo observaba y noches anteriores juró haber visto un anciano que lo observaba a lo lejos junto a un espejo enorme que tienen pegado a una de las paredes del lugar, más o menos aquella persona medía dos metros, iba vestido de esmoquin negro, playera blanca y pantalón negro. Por lo cual se tuvo que retirar temprano del ensayo aquella tarde. Como Marina era una chica valiente, omitió aquello y siguió con lo suyo. Aquella noche, se quedó completamente sola en el salón para practicar su baile, sólo unas luces iluminaban el centro de la pista de baile y comenzó su rutina. Escasos pasaron los minutos para que entre giros y movimientos vertiginosos, comenzara a ver que una serie de espejos la rodeaban, podía ver su reflejo en ellos, ella no podía dejar de bailar, era como si sus pies cobraran vida y se movieran por si solos. Pasaron otros minutos más y los espejos que la rodeaban al principio, había desaparecido. Ella logró controlar sus movimientos y salió huyendo del lugar. Cansancio, fue la única solución que le pudo dar a aquel suceso. A escasos días del evento, volvió a quedarse sola a ensayar, esta vez fue aún más aterrador, ya que volvió a ser rodeada por los espejos, pero esta vez mientras bailaba, escuchaba gritos, gritos de angustia y sufrimiento, estos provenían de los mismos. Horrorizada ante aquel hecho, corrió hacia la salida pero para su mala suerte, las luces se apagaron dejándola en una fría y lúgubre oscuridad. A lo lejos, vio lo que Antonio le dijo, un anciano de dos metros y este no tenía rostro. Una carcajada fuerte y aterradora la cual la motivó a jalar de la perilla de la puerta de manera violenta, por milagro esta se abrió y corrió a casa. Le contó todo a su madre, pero no le creyó.  Ella en definitivo, no quería volver allá. Temía por su vida.

El gran día había llegado y la chica lucía pálida, triste y temerosa. Su madre la alentaba para festejar su gran día y entre tanta palabrería, se animó a ir. Todos la esperaban en el salón. El momento del vals había llegado y el chico de sus sueños estrechaba su mano para bailar. Ella sólo lo miraba feliz, el brillo en los ojos del chico la tenía cautivada y el mostrando una sonrisa de diente a diente, le dijo con un hilo de voz que finalmente podía su alma descansar. La chica ante aquello, cambió completamente su rostro. La felicidad que había antes, se marchó para no volver más. Sus bailarines tomaron un espejo cada uno y la comenzaron a rodear mientras Marina y Luc, su enamorado, bailaban. Aún impactada sobre lo que Luc dijo anteriormente, comenzó a tener una serie de recuerdos. Recuerdos que ella no recordaba o parecían haber estado bloqueados. Lo que finalmente la hizo recordar, fue que por alguna razón, ella no se reflejaba en ellos, sólo su compañero bailaba por si sólo. Lágrimas comenzaron a brotar de su rostro cuando finalmente recordó todo. Marina Blair de catorce años, a escasos días de su cumpleaños número quince, había fallecido de leucemia un 25 de abril. Aquel baile entre espejos, era el ritual para qué llegará al cielo, ya que su tatarabuelo era el único que sabía que su alma permanecía en el salón familiar que, por muchísimos años permaneció cerrado, ya que decían haberla visto bailar por las noches. La escuela de Marina era distinta, ya que ella tenía el Don de ver entes o espíritus. Lo único que faltaba para que su alma descansara, sería llevar a cabo la fiesta que nunca se pudo cumplir. Finalmente entre lágrimas y aplausos de los invitados a su celebración, una luz blanca apareció en la pista, iluminando a la joven quinceañera que por fin podría descansar en paz.





sábado, 6 de abril de 2019


El corazón desamparado

Hace muchos años en un pueblo lejano, un niño muy pequeño vivía con su madre en una humilde casa. El techo que era de lámina, por las noches hacía un chillido por el norte que en esta zona del pueblo había. La señora cansada de este sonido que llevaba años escuchándolo, un día decidió contactar a un vecino suyo que vivía cerca. Ella durante varios meses de arduo trabajo, pudo juntar la cantidad que necesitaba para tener un techo decente. Finalmente, su hijo y ella dejarían de escuchar aquello que tanto los perturbaba por las noches. La tarde de un miércoles, Don Justo, el señor que le ayudaría con el techo, le ofrecía una mejor opción de vida para ella y su hijo. Bajo la única condición de jamás abrir una cajita negra. No tenían que pagar nada, la única condición era jamás abrir aquello que le habían dicho.

El momento de decidir era ahora, ya que el pequeño tiempo que este le había otorgado, se agotó y con mucha emoción aceptó. Don Justo le propuso mudarse a su ex vivienda. Una casa muy grande con tres pisos, cinco habitaciones, dos baños y un jardín lleno de vida. La señora feliz y entre lágrimas le agradeció ante aquella nueva condición de vida. El tiempo pasaba y después de varias noches, ella y su hijo ya no sufrían de molestias nocturnas. Nada de ruidos de láminas los molestaban. Pero no fue hasta una lúgubre noche, donde la señora comenzó a escuchar extraños sonidos que provenían desde el jardín. Era como si alguien estuviera corriendo. Ella con cierta incertidumbre, desde el segundo piso que era donde dormía junto con su hijo, se asomó en una de las tantas ventanas. Para su mala suerte, no había nada, así que decidió ignorarlo y volver a la cama. Otro tiempo más pasó y aquel suceso no volvió a ocurrir, hasta que una noche lluviosa donde se despertó temerosa al ver que su hijo no estaba en cama, entró en todas las habitaciones a revisar a excepción de una que parecía estar cerrada por dentro. La señora comenzó a escuchar sonidos que su hijo producía y al ver que esta no abría, entro en pánico, ya que parecía que no estaba solo el pequeño dentro de aquella habitación ya que se escuchaba una tenebrosa voz más que parecía responderle al pequeño. Era imposible, ya que en aquella casa sólo habitaban ellos dos. Los minutos pasaban y la angustia de la señora era aún mas grande. El reloj marcaba las tres de la madrugada y la puerta seguía cerrada. No fue hasta que un milagro ocurrió que hizo que se abriera por si sola. 
De un momento a otro, entró rápidamente por el niño. Todo estaba oscuro dentro de aquel lugar, sólo una tenue luz blanca entraba por la ventana. A lo lejos de la habitación, vio un tipo de mecedora que rechinaba, esta se mecía como si hubiera alguien ahí sentado. Con miedo y su agitada respiración, se acercó a aquello que se mecía. Al ver que es lo que había en este, soltó un grito ensordecedor al ver que era un prototipo de cadáver humano. Los ojos le faltaban, lo único visible era el contorno de ellos. Las piernas mutiladas y una pequeña sonrisa se esbozó en aquel tenebroso rostro. La señora salió corriendo aterrada del lugar.

Tiempo después, volvió a su hogar junto con su hijos y los vecinos le comentaron que Dos Justo había fallecido hace cinco años, cosa que ella desconocía y no creía pues hace apenas escasos meses lo contactó. Los vecinos le dijeron que en aquella casa, tenían una cajita de madera negra y que dentro yacía el corazón de Don Justo y que este lo cuidaba su anciana esposa.